viernes, 12 de noviembre de 2010

♣ .Escudriñando el Rencor. ♣

En la tristeza de la media noche permanezco, asechado por las altas tinieblas de esta realidad maldita. El sonido de la soledad se hace presente; con fuertes gemidos que estremecen lo más profundo de mi ser. No tengo más compañía, que la brillante dama en lo alto del cielo; oh luna, testigo de mis pesares. Que maldita suerte la tuya, tener que escuchar noche a noche las quejas de este condenado corazón.

La inamovible palidez de mi espiritu humillado ya no duele tanto en esta noche plutoniana. Ya no bebo de la copa del dolor, sino del caliz de la decepción, aquella profunda decepción que golpea mi mente cada día, reviviendo los antiguos recuerdos de iniquidad, que se pasean como un desfile infausto de rencores imperdonables. Se anidan los rostros de personas y situaciones, que hoy como ayer, todavía me duelen en lo profundo de mi ser.

Se puede ser mentiroso, como solo los hombres y las mujeres sabemos serlo, jurando reparar los viejos errores; que seguro cometemos de nuevo. No pude, ni podre olvidar sus errores, pues ella, por hermosa que fuera, no estuvo exenta de falta en los caminos que recorrimos juntos. Sus palabras se me clavaron como agujas en el pecho, que aún hoy no sé cómo sacarlas sin desangrarme lenta y dolorosamente. Sus aires desenfrenados de libertar, chocaron terriblemente con los muros tradicionalistas de mis sentimientos.

¿Puede el hombre realmente perdonar el dolor? Una pregunta necia y tonta, para alguien cuya inteligencia está dominada por los sentimientos; donde se esconde mi espíritu adormecido. Aún siento esa sensación embriagante que nace de tus mentirosas palabras, aquellas que por necio y tonto creí, casi con devoción religiosa, y es que tú amor fue para mi una doctrina de abadía a la que colgue mi fe, y poder redimirme a una nueva vida; llena de felicidad. Ingenuo de mi.

Fue mentira, cuando aquella oscura noche de amor desenfrenado me juraste; como yo a ti, enajenación al resto del mundo y sus personas, para permanecer solo los dos, abrazados eternamente a lo largo de la vida y el tiempo. ¡Ja! Tus promesas de amor perecieron una y mil veces en tu cruel naturaleza escurridiza, que me desatendía, encontrando refugio en el seno de otras palabras. Cambiando mis besos y mis ganas de amar, por la compañia de tus risibles amistades; tan comunes como pedestres, destacando a esa mujer con conflictos de identidad, que se piensa, tontamente, una escritora de gótico romanticismo, cuando apenas puede entretejer un relato simple, rico en la fatalidad de su sintaxis. Deseo que para ellos, a lo lejos en el oscuro destino, alguna gran cripta se devele, y que el paso de los gusanos que sobre ellos se arrastren, sea perdurable.

De los restos mortuorios de mi corazón, se alza la naturaleza vampírica de mis maquiavélicas intenciones. Porque, mi mente sempiterna, aún recuerda con detalle todas las faltas con que te ufanaste. Como apariciones, las sombras de los mal nacidos surgen y van descendiendo. Develándose ante mí las sínicas sonrisas de los “hombres” que alguna vez colocaste como sublimes he intachables, humillando a tu gótico caballero de en ese entonces, amor sempiterno.

El perro y el pervertido, que se mofaban a mis espaldas, cuando los secretos que te confiaba en susurros, eran llegados a sus oídos por los carnosos e indiscretos labios que alguna vez se besaron apasionantemente con el infame sirviente ¿Lo has olvidado ya? Porque yo no, mi belleza tenebrosa. Pero la otra silueta aparece arrastrándose, en medio de una noche llena de inequidad, esa es la noche del pervertido, que con aires de falsa dignidad, se sienta a mi mesa y bebe de mi vino, para exigirme un “venerable” comportamiento, y deje de, con astucia ardiente, convencer a los demás con mi maldita elocuencia, sobre las acciones que son correctas o no a los ojos del corazón sincero que se baña en amor. Así de lejos llego tu indiscreción, así de grande es mi decepción en los días presentes.

Pero la gala nocturna de noches solitarias aún no baja su telón, pues la insufrible concurrencia de los detestables recuerdos se amontona pesadamente en mi memoria. Apaga tu arrogancia, como masacraste a la mía, y devora mi desprecio como yo tuve que tragarme el amargo sabor de tu indiferencia. De tus descaradas palabras, que más de una vez me dijeron, el mismo punto donde de mi alma gime de rabia. Consideraba al amor un sentimiento libre, fuera de escondites y cadenas, pero tú me mantenías oculto como un despreciable y oscuro secreto, que familiares y amigos jamás deberían de saber. Vergüenza, es lo que sentías, y yo tontamente me arraigaba en la soledad, buscando las escusas que hicieran comprensibles tus actos de desprecio. Pero no fue la primera vez que encare esas vastas incoherencias, pues incluso con aquella gente que hoy llamas “ficticios” evitabas que supieran de nuestro lazo afectivo. Tu presencia aristocrática y de alta sociedad, se ensuciaba si algún testigo te veía pasear a mi lado. “En público no te conozco.”

Tanto tiempo me mantuve quieto y no dije nada, y cuando quise hacerlo mis palabras te ofendían, y te retirabas dejándome con la palabra en la boca. Así de grande es tu egoísmo, que no puedes escuchar insatisfacciones que no sean las tuyas propias. Entonces no se qué hiciste tanto tiempo a mi lado, si era tan solo un pobre diablo, que no sabía hacer otra cosa que aburrirte y darse su lugar a la fuerza. Un lugar que me correspondía por derecho en el momento que aceptaste mi amor, pero que jamás me ofreciste abiertamente. Olvidado, negado y decepcionado. Tú estrella, desde su trono en lo alto de los cielos, jamás aprecio la compañía de este triste vampiro.

Vivo en mi mundo de lamentos y de rencores, atándome a un sentimiento que oscurece mi pecho. Mi marchito y arruinado corazón ya no alberga amor para ti, solo el más profundo y terrible odio, supremo, orgulloso y poderoso. Me subestimaste, pensaste que cada vez que te fueras yo estaría ahí, persiguiéndote por las riveras de la noche, pero eso termino, y ahora deberás alimentar tu naturaleza consentida con el corazón de otro incauto, porque de la sombra que templaste sobre mí alma, solo se levanta tú vampiro rencoroso, profiriendo para tus oídos una verdad perdurable: Yo ya no te amo.

-Joshua Cabrieles.

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