Alexander Sveengard, Crónicas de un Vampiro.
Capitulo 1.
I
Comprendo las dudas que asechan como demonios la curiosidad humana, no te culpo por querer hurgar en los bajos fondos que oculto en mi fúnebre historia, sé que tienes la necesidad de saber sobre comienzos y finales, pero no estoy seguro que mi relato los posea, tal vez sea algo que perdí en las tinieblas; al igual que mi humanidad. Así que piensa bien cuanto quieres conocer, porque mi historia no es algo que conviene saber para aquellos que son de corazón demasiado débil.
Mi nombre es Alexander Sveengard, soy hijo de nobles feudales establecidos como Duques de Vorarlberg en Austria, donde pase la mayor parte de mi vida mortal, en un mundo que a ti te parecería anticuado y primitivo. Mi linaje es bienaventurado, dentro de una historia ya olvidada, mi familia pertenecía a la sangre real, y nuestro escudo se ufanaba con la insignia del águila bicéfala de alas doradas.
No obstante de pertenecer a una raza considerada como grandes visionarios, estuve muy lejos de ser bendecido en esta tierra por gracia de los cielos. Las tragedias me persiguieron desde el nacimiento; el primer día a la antesala de muchos males promovidos a lo largo de una vida que acabaras por considerar realmente maldita. El primero de estos males fue la muerte de mi madre Helene D´ Médici, a la cual guardo un enorme cariño a pesar de que el destino no me permitió conocerla. Por lo que se de ella, era una mujer de convicciones indoblegables, que amaba la vida por sobre todas las cosas. Era la hija mayor del Duque de Florencia, que vivió la mayor parte de su vida en un monasterio del vaticano, y tenía muy presente los principios católicos, por eso no resulta demasiado sorprendente que esta misma familia diera a tres de los más prometedores papas a lo largo de la historia.
Volviendo al relato, mis padres se conocieron en medio de un invierno en Francia, durante una pomposa celebración en homenaje al rey de los francos, el capeto Luis VII, ahí se enamoraron irremediablemente y a primera vista, según me conto mi abuelo. Un año más tarde ya se habían casado. Su vientre de oro regalo tres hermosos y saludables vástagos al clan Sveengard, Roderich y Leonard, mis hermanos mayores. Ellos sufrieron mucho la muerte de mi madre, y no solo ellos, toda la dinastía acompañaba el dolor que se vivía en el ominoso castillo del Duque Antón.
-Fue la voluntad de Dios.- Dijo el sacerdote, finalizando los últimos preparativos funerarios, mi padre sin embargo no pensaba lo mismo; él me culpaba del fallecimiento de su amada Helene, como si se percatara del infausto destino que Lucifer o algún desconocido demonio había deparado especialmente para mí.
A través de mi ventana pasaron muchos inviernos de cruel soledad, observando la chispa de los años pasar indolentemente por la vida. Mi infancia la pase gravitando entre los libros ancestrales en la biblioteca del castillo, y a veces, en compañía de mis tutores y la servidumbre. Mis hermanos me llevaban más de 15 años de edad, no tenían tiempo para mí, se dedicaban exclusivamente en atender los caprichos de nuestro padre. Muchas veces intente acercarme a mi padre, pero él me evitaba más allá de sus ocupaciones en la corte del Emperador Federico I Hohenstaufen, o el Emperador Barbarroja como se le conocía en las arenas aristocráticas. No obstante permíteme no ser subestimado por esta falta de cariño en el ceno familiar, estoy convencido de que si no hubiese sido por ese fuerte rechazo, no sería ni la mitad del hombre que soy ahora.
El pasar de los años me hiso un chiquillo perseverante. Tenía el máximo reconocimiento de todos mis tutores, según sus propias palabras no habían conocido un muchachito tan brillante en toda su vida, al punto en que varios de ellos me compararon con las grandes mentes del mundo antiguo. Los eruditos y filosofos más reconocidos de Austria se peleaban por convertirse en mis maestros, pero esta brillantes pasaba totalmente desapercibida para mi padre.
Esa mañana una de mis nodrizas toco suavemente a la puerta de mi recamara, en la parte más alta del viejo y sombrío schloss.
-Joven, su padre le manda a llamar en la biblioteca.- Me dijo desde atrás de la mohosa puerta de madera. Era muy temprano, los gallos aún no cantaban la gloria del astro helio, y en el cielo el ocaso aún no se desvanecía. –Ya voy.-
Algo de emoción me sacudió el corazón, ese día era mi decimo cumpleaños. Mi padre tenía muy presente la fecha, pero no por el nacimiento de su trigenito hijo, sino por la muerte de su amada esposa, por lo que se la pasaba el día entero en la capilla del castillo, donde reposan los restos de todos nuestros ancestros.
El que me mandara a llamar era toda una novedad. Me levante a brincos de la cama, y me vestí con las mismas prendas del día anterior, que por lo regular colgaba en la cabecera de la cama, para que la servidumbre la guardase por la mañana, cuando me traían el desayuno hasta el lecho.
Salí corriendo de mi habitación, recorriendo los largos y extensos pasillos llenos de habitaciones. El rocío de la madrugada tenía empañados los ventanales, y las velas en los candelabros resplandecían sus últimas horas de suave crepitar. Baje con premura los peldaños de la interminable escalinata, para finalmente llegar hasta las puertas de la biblioteca en el segundo piso de la mansión. Respire profundamente, sosegando mis sentimientos e inundándome con el halo de valor imprescindible. Al abrir las puertas de la habitación, vi a mi padre, sentado junto al cálido fuego del hogar, leyendo un antiguo texto en latín.
-Ven Alexander, siéntate conmigo.- Me llamo con su ronca y poderosa voz, sirviéndose un vaso de su preciado licor Jagermeister.
Me senté a su frente en total silencio. La habitación ofrecía un ambiente delicioso y acogedor, la luz del astro rey ya comenzaba a tener sus primeras apariciones en la ventana, al fondo de la estantería. –Ayer hable con tus tutores, me han dicho que eres un excelente estudiante.-
-Sí padre.- Le dije, muy feliz de mis pequeños logros.- He sacado excelencia en todas mis materias, además me nombraron capitán del equipo de Mensur.
Un éxito pobre.- Me respondió él. Su gesto inmutable no mostro el más mínimo gesto de felicidad, ni siquiera se digno a dedicarme una mirada. Su atención parecía estar puesta únicamente en ese libro sobre sus manos. Quise protestar, quise estallar en contra de él y reclamarle su actitud tan áspera, pero no pude, lo único que salió de mis labios fue un. –Sí padre.
-Has hecho bien absorbiendo las ideas de otros, ahora preocúpate en diseñar las propias Alexander, en este mundo no basta con ser inteligente. Si quieres trascender en la vida, debes desarrollar tu astucia. Recuerda, las águilas que no aprenden a volar caen siempre en un oscuro abismo.- El éxito no era una simple palabra en mi familia, era lo primero y lo último, una senda inexcusable que todo Sveengard debía sembrar hasta su significado más profundo. Y mis éxitos eran pobres a los ojos de mi padre. Me los disfrazaba de fracasos, asegurándose de castrar todas mis posibilidades de una vida que no tuviera como total dedicación una búsqueda obsesiva por el éxito, pues era lo único que realmente importaba; significara lo que significara.
III
“Debes volar, o caer en el abismo” Esas palabras me dejaron más preguntas que respuestas, pero también me trajeron una verdad incuestionable, o aprendía a volar, o mi padre me arrojaría con sus propias manos al olvido, o peor aún, a la muerte. Desde esa mañana mi vida se convirtió en un constante esfuerzo por ser el más exitoso. No pensaba añadir mi nombre entre los pocos fracasados de la familia. Y con apenas 17 años de edad me había convertido en el retrato perfecto del mancebo austriaco. Un hombre condecorado con gracia casi divina, y una sabiduría que asombraba incluso a los consejeros del emperador. No había mujer en todo el ducado que no estuviera enamorada de mí, ni hombre que se atreviera a sostenerme la mirada en la calle.
Una noche de otoño fuimos invitados a una congregación en Viena, una celebración organizada una vez al año por el Archiduque de Austria en honor al viejo Emperador Hohenstaufen. Ávidos por demostrarle su fidelidad al imperio, mi padre y mis hermanos me arrastraron con ellos a la conmemoración en el castillo del Archiduque. Aunque pertenecía a la más absoluta grandeza del mundo noble, el schloss del Archiduque no tenia comparación entre la heredad de las casas nobles, sus altas torres desmeritaban por mucho el lustre de nuestro castillo. La gente ataviaba sus galas más suntuosas, haciendo alarde de las inmensas riquezas que poseían. Aunque solo un puñado de los ahí reunidos tenían más fortunas que mi padre.
Recuerdo que en el transcurso de aquella noche me aburría de sobremanera, cualquiera pensaría que la gente pudiente del imperio seria también igual de culta, pero para mi desgracia, la gran mayoría de la gente ahí reunida solo sabía hablar de sí misma y sus antepasados, atándose a la gloria ancestral. Sin que nadie se diera cuenta, me fui alejando poco a poco del gran salón, abriéndome paso entre la gente hasta los amplios jardines.
La noche plutoniana ofrendaba un paisaje pintoresco, que se volvió mucho más exquisito en el momento que pude divisar una solitaria figura que también se paseaba silenciosamente por los jardines. Una jovial pelirroja que destellaba con halitos blanquecinos, sesgados sobre su figura por el brillo de la luna llena. Me sentí atraído por su perturbadora belleza. La musa venusina llevaba puesto un vestido de terciopelo nacrado sin mangas, sus brazos daban la impresión de poseer una piel deliciosamente suave que cualquier hombre se moriría por besar, y a través de su delicada figura se ceñían unos guantes de seda blancos que ascendían poco más arriba de sus codos.
Me acerque a ella sin hacer el más mínimo ruido, y mientras lo hacia el pecho comenzó arderme ¿Era acaso amor a primera vista?
Guten nacht fraulein.- La salude, intentando no parecer demasiado interesado en su presencia. Ella volvió su mirada hacia mí en ese momento, regalándome la oportunidad de develar el color de sus luceros. Todo se detuvo por un segundo. Sus ojos eran de un brillante tornasol que empalidecían los colores del mundo, otorgándome una nueva visión sobre la vida. Sí, definitivamente eso era amor a primera vista, y yo ya estaba a su pies sin siquiera conocerla.
A la hermosa damisela le brillaban los ojos, y me admiraba con tal vehemencia y devoción, que me hacía sentir incomodo, juraría que esa era el mismo fervor con que los parroquianos miran al emperador Hohenstaufen.
-Buenas noches.- Me respondió ella al cabo de unos segundos.- Monseñor, que honor encontrarme con el hijo menor del Duque Antón.- Me sentí un poco abrumado por aquella consideración hacia mi postura aristocrática. Me quede sin habla durante algunos segundos, intente recordar un nombre para un rostro tan angelical. Todos venían engalanados para la ocasión, pero ella destacaba sobre todos los invitados de la asamblea. Una voz sonó en el interior de mi cabeza, diciéndome el nombre de tan bella criatura: “La condesa Merlinda Langschwert”.
-El honor es mío, condesa.- La tome de la mano, y con la reverencia que se merece una reina, me incline y bese suavemente la sortija de rubí que llevaba puesta.
Ven, acompáñame.- Me dijo, y salimos a dar un paseo por la inmensa calzada que rodeaba el jardín, echando un vistazo al pequeño estanque cristalino en medio de la gran pradera. Sobre sus aguas platinadas, que reflejaban la hermosa luna llena de esa noche, se deslizaban suavemente los albos cisnes que aún no levantaban su vuelo hacia las riveras más cálidas del sur. Sí alguna vez he sido feliz, fue en ese momento tan reservado. Comenzamos a charlar sobre la vida, y la confianza que nos transmitimos fue tan sublime, que sin darme cuenta comenzamos a contarnos nuestras insatisfacciones y nuestros más secretos anhelos. La noche se volvió delgada, las palabras volaron y contaban mil cosas, creo que estuvimos más de tres horas paseando por el jardín, sin hacer otra cosa que conversar. Su presencia derramo el cariño que tanta falta me había hecho. Al final de la velada, cuando la acompañe hasta el carruaje que la llevaría de regreso a su condado, me preguntó - ¿Querrás continuar nuestra conversación mañana por la noche?
-Joshua Cabrieles.
(Fin del primer capítulo)