sábado, 13 de noviembre de 2010

Crónicas de un Vampiro. Capitulo 1.

Alexander Sveengard, Crónicas de un Vampiro.

Capitulo 1.

I

Comprendo las dudas que asechan como demonios la curiosidad humana, no te culpo por querer hurgar en los bajos fondos que oculto en mi fúnebre historia, sé que tienes la necesidad de saber sobre comienzos y finales, pero no estoy seguro que mi relato los posea, tal vez sea algo que perdí en las tinieblas; al igual que mi humanidad. Así que piensa bien cuanto quieres conocer, porque mi historia no es algo que conviene saber para aquellos que son de corazón demasiado débil.

Mi nombre es Alexander Sveengard, soy hijo de nobles feudales establecidos como Duques de Vorarlberg en Austria, donde pase la mayor parte de mi vida mortal, en un mundo que a ti te parecería anticuado y primitivo. Mi linaje es bienaventurado, dentro de una historia ya olvidada, mi familia pertenecía a la sangre real, y nuestro escudo se ufanaba con la insignia del águila bicéfala de alas doradas.
No obstante de pertenecer a una raza considerada como grandes visionarios, estuve muy lejos de ser bendecido en esta tierra por gracia de los cielos. Las tragedias me persiguieron desde el nacimiento; el primer día a la antesala de muchos males promovidos a lo largo de una vida que acabaras por considerar realmente maldita. El primero de estos males fue la muerte de mi madre Helene D´ Médici, a la cual guardo un enorme cariño a pesar de que el destino no me permitió conocerla. Por lo que se de ella, era una mujer de convicciones indoblegables, que amaba la vida por sobre todas las cosas. Era la hija mayor del Duque de Florencia, que vivió la mayor parte de su vida en un monasterio del vaticano, y tenía muy presente los principios católicos, por eso no resulta demasiado sorprendente que esta misma familia diera a tres de los más prometedores papas a lo largo de la historia.

Volviendo al relato, mis padres se conocieron en medio de un invierno en Francia, durante una pomposa celebración en homenaje al rey de los francos, el capeto Luis VII, ahí se enamoraron irremediablemente y a primera vista, según me conto mi abuelo. Un año más tarde ya se habían casado. Su vientre de oro regalo tres hermosos y saludables vástagos al clan Sveengard, Roderich y Leonard, mis hermanos mayores. Ellos sufrieron mucho la muerte de mi madre, y no solo ellos, toda la dinastía acompañaba el dolor que se vivía en el ominoso castillo del Duque Antón.
-Fue la voluntad de Dios.- Dijo el sacerdote, finalizando los últimos preparativos funerarios, mi padre sin embargo no pensaba lo mismo; él me culpaba del fallecimiento de su amada Helene, como si se percatara del infausto destino que Lucifer o algún desconocido demonio había deparado especialmente para mí.

A través de mi ventana pasaron muchos inviernos de cruel soledad, observando la chispa de los años pasar indolentemente por la vida. Mi infancia la pase gravitando entre los libros ancestrales en la biblioteca del castillo, y a veces, en compañía de mis tutores y la servidumbre. Mis hermanos me llevaban más de 15 años de edad, no tenían tiempo para mí, se dedicaban exclusivamente en atender los caprichos de nuestro padre. Muchas veces intente acercarme a mi padre, pero él me evitaba más allá de sus ocupaciones en la corte del Emperador Federico I Hohenstaufen, o el Emperador Barbarroja como se le conocía en las arenas aristocráticas. No obstante permíteme no ser subestimado por esta falta de cariño en el ceno familiar, estoy convencido de que si no hubiese sido por ese fuerte rechazo, no sería ni la mitad del hombre que soy ahora.

II

El pasar de los años me hiso un chiquillo perseverante. Tenía el máximo reconocimiento de todos mis tutores, según sus propias palabras no habían conocido un muchachito tan brillante en toda su vida, al punto en que varios de ellos me compararon con las grandes mentes del mundo antiguo. Los eruditos y filosofos más reconocidos de Austria se peleaban por convertirse en mis maestros, pero esta brillantes pasaba totalmente desapercibida para mi padre.


Esa mañana una de mis nodrizas toco suavemente a la puerta de mi recamara, en la parte más alta del viejo y sombrío schloss.
-Joven, su padre le manda a llamar en la biblioteca.- Me dijo desde atrás de la mohosa puerta de madera. Era muy temprano, los gallos aún no cantaban la gloria del astro helio, y en el cielo el ocaso aún no se desvanecía. –Ya voy.-
Algo de emoción me sacudió el corazón, ese día era mi decimo cumpleaños. Mi padre tenía muy presente la fecha, pero no por el nacimiento de su trigenito hijo, sino por la muerte de su amada esposa, por lo que se la pasaba el día entero en la capilla del castillo, donde reposan los restos de todos nuestros ancestros.
El que me mandara a llamar era toda una novedad. Me levante a brincos de la cama, y me vestí con las mismas prendas del día anterior, que por lo regular colgaba en la cabecera de la cama, para que la servidumbre la guardase por la mañana, cuando me traían el desayuno hasta el lecho.

Salí corriendo de mi habitación, recorriendo los largos y extensos pasillos llenos de habitaciones. El rocío de la madrugada tenía empañados los ventanales, y las velas en los candelabros resplandecían sus últimas horas de suave crepitar. Baje con premura los peldaños de la interminable escalinata, para finalmente llegar hasta las puertas de la biblioteca en el segundo piso de la mansión. Respire profundamente, sosegando mis sentimientos e inundándome con el halo de valor imprescindible. Al abrir las puertas de la habitación, vi a mi padre, sentado junto al cálido fuego del hogar, leyendo un antiguo texto en latín.
-Ven Alexander, siéntate conmigo.- Me llamo con su ronca y poderosa voz, sirviéndose un vaso de su preciado licor Jagermeister.

Me senté a su frente en total silencio. La habitación ofrecía un ambiente delicioso y acogedor, la luz del astro rey ya comenzaba a tener sus primeras apariciones en la ventana, al fondo de la estantería. –Ayer hable con tus tutores, me han dicho que eres un excelente estudiante.-
-Sí padre.- Le dije, muy feliz de mis pequeños logros.- He sacado excelencia en todas mis materias, además me nombraron capitán del equipo de Mensur.

Un éxito pobre.- Me respondió él. Su gesto inmutable no mostro el más mínimo gesto de felicidad, ni siquiera se digno a dedicarme una mirada. Su atención parecía estar puesta únicamente en ese libro sobre sus manos. Quise protestar, quise estallar en contra de él y reclamarle su actitud tan áspera, pero no pude, lo único que salió de mis labios fue un. –Sí padre.

-Has hecho bien absorbiendo las ideas de otros, ahora preocúpate en diseñar las propias Alexander, en este mundo no basta con ser inteligente. Si quieres trascender en la vida, debes desarrollar tu astucia. Recuerda, las águilas que no aprenden a volar caen siempre en un oscuro abismo.- El éxito no era una simple palabra en mi familia, era lo primero y lo último, una senda inexcusable que todo Sveengard debía sembrar hasta su significado más profundo. Y mis éxitos eran pobres a los ojos de mi padre. Me los disfrazaba de fracasos, asegurándose de castrar todas mis posibilidades de una vida que no tuviera como total dedicación una búsqueda obsesiva por el éxito, pues era lo único que realmente importaba; significara lo que significara.

III

“Debes volar, o caer en el abismo” Esas palabras me dejaron más preguntas que respuestas, pero también me trajeron una verdad incuestionable, o aprendía a volar, o mi padre me arrojaría con sus propias manos al olvido, o peor aún, a la muerte. Desde esa mañana mi vida se convirtió en un constante esfuerzo por ser el más exitoso. No pensaba añadir mi nombre entre los pocos fracasados de la familia. Y con apenas 17 años de edad me había convertido en el retrato perfecto del mancebo austriaco. Un hombre condecorado con gracia casi divina, y una sabiduría que asombraba incluso a los consejeros del emperador. No había mujer en todo el ducado que no estuviera enamorada de mí, ni hombre que se atreviera a sostenerme la mirada en la calle.

Una noche de otoño fuimos invitados a una congregación en Viena, una celebración organizada una vez al año por el Archiduque de Austria en honor al viejo Emperador Hohenstaufen. Ávidos por demostrarle su fidelidad al imperio, mi padre y mis hermanos me arrastraron con ellos a la conmemoración en el castillo del Archiduque. Aunque pertenecía a la más absoluta grandeza del mundo noble, el schloss del Archiduque no tenia comparación entre la heredad de las casas nobles, sus altas torres desmeritaban por mucho el lustre de nuestro castillo. La gente ataviaba sus galas más suntuosas, haciendo alarde de las inmensas riquezas que poseían. Aunque solo un puñado de los ahí reunidos tenían más fortunas que mi padre.
Recuerdo que en el transcurso de aquella noche me aburría de sobremanera, cualquiera pensaría que la gente pudiente del imperio seria también igual de culta, pero para mi desgracia, la gran mayoría de la gente ahí reunida solo sabía hablar de sí misma y sus antepasados, atándose a la gloria ancestral. Sin que nadie se diera cuenta, me fui alejando poco a poco del gran salón, abriéndome paso entre la gente hasta los amplios jardines.

La noche plutoniana ofrendaba un paisaje pintoresco, que se volvió mucho más exquisito en el momento que pude divisar una solitaria figura que también se paseaba silenciosamente por los jardines. Una jovial pelirroja que destellaba con halitos blanquecinos, sesgados sobre su figura por el brillo de la luna llena. Me sentí atraído por su perturbadora belleza. La musa venusina llevaba puesto un vestido de terciopelo nacrado sin mangas, sus brazos daban la impresión de poseer una piel deliciosamente suave que cualquier hombre se moriría por besar, y a través de su delicada figura se ceñían unos guantes de seda blancos que ascendían poco más arriba de sus codos.
Me acerque a ella sin hacer el más mínimo ruido, y mientras lo hacia el pecho comenzó arderme ¿Era acaso amor a primera vista?

Guten nacht fraulein.- La salude, intentando no parecer demasiado interesado en su presencia. Ella volvió su mirada hacia mí en ese momento, regalándome la oportunidad de develar el color de sus luceros. Todo se detuvo por un segundo. Sus ojos eran de un brillante tornasol que empalidecían los colores del mundo, otorgándome una nueva visión sobre la vida. Sí, definitivamente eso era amor a primera vista, y yo ya estaba a su pies sin siquiera conocerla.
A la hermosa damisela le brillaban los ojos, y me admiraba con tal vehemencia y devoción, que me hacía sentir incomodo, juraría que esa era el mismo fervor con que los parroquianos miran al emperador Hohenstaufen.
-Buenas noches.- Me respondió ella al cabo de unos segundos.- Monseñor, que honor encontrarme con el hijo menor del Duque Antón.- Me sentí un poco abrumado por aquella consideración hacia mi postura aristocrática. Me quede sin habla durante algunos segundos, intente recordar un nombre para un rostro tan angelical. Todos venían engalanados para la ocasión, pero ella destacaba sobre todos los invitados de la asamblea. Una voz sonó en el interior de mi cabeza, diciéndome el nombre de tan bella criatura: “La condesa Merlinda Langschwert”.
-El honor es mío, condesa.- La tome de la mano, y con la reverencia que se merece una reina, me incline y bese suavemente la sortija de rubí que llevaba puesta.

Ven, acompáñame.- Me dijo, y salimos a dar un paseo por la inmensa calzada que rodeaba el jardín, echando un vistazo al pequeño estanque cristalino en medio de la gran pradera. Sobre sus aguas platinadas, que reflejaban la hermosa luna llena de esa noche, se deslizaban suavemente los albos cisnes que aún no levantaban su vuelo hacia las riveras más cálidas del sur. Sí alguna vez he sido feliz, fue en ese momento tan reservado. Comenzamos a charlar sobre la vida, y la confianza que nos transmitimos fue tan sublime, que sin darme cuenta comenzamos a contarnos nuestras insatisfacciones y nuestros más secretos anhelos. La noche se volvió delgada, las palabras volaron y contaban mil cosas, creo que estuvimos más de tres horas paseando por el jardín, sin hacer otra cosa que conversar. Su presencia derramo el cariño que tanta falta me había hecho. Al final de la velada, cuando la acompañe hasta el carruaje que la llevaría de regreso a su condado, me preguntó - ¿Querrás continuar nuestra conversación mañana por la noche?

-Joshua Cabrieles.

(Fin del primer capítulo)

viernes, 12 de noviembre de 2010

♣ .Escudriñando el Rencor. ♣

En la tristeza de la media noche permanezco, asechado por las altas tinieblas de esta realidad maldita. El sonido de la soledad se hace presente; con fuertes gemidos que estremecen lo más profundo de mi ser. No tengo más compañía, que la brillante dama en lo alto del cielo; oh luna, testigo de mis pesares. Que maldita suerte la tuya, tener que escuchar noche a noche las quejas de este condenado corazón.

La inamovible palidez de mi espiritu humillado ya no duele tanto en esta noche plutoniana. Ya no bebo de la copa del dolor, sino del caliz de la decepción, aquella profunda decepción que golpea mi mente cada día, reviviendo los antiguos recuerdos de iniquidad, que se pasean como un desfile infausto de rencores imperdonables. Se anidan los rostros de personas y situaciones, que hoy como ayer, todavía me duelen en lo profundo de mi ser.

Se puede ser mentiroso, como solo los hombres y las mujeres sabemos serlo, jurando reparar los viejos errores; que seguro cometemos de nuevo. No pude, ni podre olvidar sus errores, pues ella, por hermosa que fuera, no estuvo exenta de falta en los caminos que recorrimos juntos. Sus palabras se me clavaron como agujas en el pecho, que aún hoy no sé cómo sacarlas sin desangrarme lenta y dolorosamente. Sus aires desenfrenados de libertar, chocaron terriblemente con los muros tradicionalistas de mis sentimientos.

¿Puede el hombre realmente perdonar el dolor? Una pregunta necia y tonta, para alguien cuya inteligencia está dominada por los sentimientos; donde se esconde mi espíritu adormecido. Aún siento esa sensación embriagante que nace de tus mentirosas palabras, aquellas que por necio y tonto creí, casi con devoción religiosa, y es que tú amor fue para mi una doctrina de abadía a la que colgue mi fe, y poder redimirme a una nueva vida; llena de felicidad. Ingenuo de mi.

Fue mentira, cuando aquella oscura noche de amor desenfrenado me juraste; como yo a ti, enajenación al resto del mundo y sus personas, para permanecer solo los dos, abrazados eternamente a lo largo de la vida y el tiempo. ¡Ja! Tus promesas de amor perecieron una y mil veces en tu cruel naturaleza escurridiza, que me desatendía, encontrando refugio en el seno de otras palabras. Cambiando mis besos y mis ganas de amar, por la compañia de tus risibles amistades; tan comunes como pedestres, destacando a esa mujer con conflictos de identidad, que se piensa, tontamente, una escritora de gótico romanticismo, cuando apenas puede entretejer un relato simple, rico en la fatalidad de su sintaxis. Deseo que para ellos, a lo lejos en el oscuro destino, alguna gran cripta se devele, y que el paso de los gusanos que sobre ellos se arrastren, sea perdurable.

De los restos mortuorios de mi corazón, se alza la naturaleza vampírica de mis maquiavélicas intenciones. Porque, mi mente sempiterna, aún recuerda con detalle todas las faltas con que te ufanaste. Como apariciones, las sombras de los mal nacidos surgen y van descendiendo. Develándose ante mí las sínicas sonrisas de los “hombres” que alguna vez colocaste como sublimes he intachables, humillando a tu gótico caballero de en ese entonces, amor sempiterno.

El perro y el pervertido, que se mofaban a mis espaldas, cuando los secretos que te confiaba en susurros, eran llegados a sus oídos por los carnosos e indiscretos labios que alguna vez se besaron apasionantemente con el infame sirviente ¿Lo has olvidado ya? Porque yo no, mi belleza tenebrosa. Pero la otra silueta aparece arrastrándose, en medio de una noche llena de inequidad, esa es la noche del pervertido, que con aires de falsa dignidad, se sienta a mi mesa y bebe de mi vino, para exigirme un “venerable” comportamiento, y deje de, con astucia ardiente, convencer a los demás con mi maldita elocuencia, sobre las acciones que son correctas o no a los ojos del corazón sincero que se baña en amor. Así de lejos llego tu indiscreción, así de grande es mi decepción en los días presentes.

Pero la gala nocturna de noches solitarias aún no baja su telón, pues la insufrible concurrencia de los detestables recuerdos se amontona pesadamente en mi memoria. Apaga tu arrogancia, como masacraste a la mía, y devora mi desprecio como yo tuve que tragarme el amargo sabor de tu indiferencia. De tus descaradas palabras, que más de una vez me dijeron, el mismo punto donde de mi alma gime de rabia. Consideraba al amor un sentimiento libre, fuera de escondites y cadenas, pero tú me mantenías oculto como un despreciable y oscuro secreto, que familiares y amigos jamás deberían de saber. Vergüenza, es lo que sentías, y yo tontamente me arraigaba en la soledad, buscando las escusas que hicieran comprensibles tus actos de desprecio. Pero no fue la primera vez que encare esas vastas incoherencias, pues incluso con aquella gente que hoy llamas “ficticios” evitabas que supieran de nuestro lazo afectivo. Tu presencia aristocrática y de alta sociedad, se ensuciaba si algún testigo te veía pasear a mi lado. “En público no te conozco.”

Tanto tiempo me mantuve quieto y no dije nada, y cuando quise hacerlo mis palabras te ofendían, y te retirabas dejándome con la palabra en la boca. Así de grande es tu egoísmo, que no puedes escuchar insatisfacciones que no sean las tuyas propias. Entonces no se qué hiciste tanto tiempo a mi lado, si era tan solo un pobre diablo, que no sabía hacer otra cosa que aburrirte y darse su lugar a la fuerza. Un lugar que me correspondía por derecho en el momento que aceptaste mi amor, pero que jamás me ofreciste abiertamente. Olvidado, negado y decepcionado. Tú estrella, desde su trono en lo alto de los cielos, jamás aprecio la compañía de este triste vampiro.

Vivo en mi mundo de lamentos y de rencores, atándome a un sentimiento que oscurece mi pecho. Mi marchito y arruinado corazón ya no alberga amor para ti, solo el más profundo y terrible odio, supremo, orgulloso y poderoso. Me subestimaste, pensaste que cada vez que te fueras yo estaría ahí, persiguiéndote por las riveras de la noche, pero eso termino, y ahora deberás alimentar tu naturaleza consentida con el corazón de otro incauto, porque de la sombra que templaste sobre mí alma, solo se levanta tú vampiro rencoroso, profiriendo para tus oídos una verdad perdurable: Yo ya no te amo.

-Joshua Cabrieles.

jueves, 11 de noviembre de 2010

♠ .Tнє βαℓℓαđ σƒ ₤uχıƒєяø. ♠


“Sellas un modelo, lleno de sabiduría y perfecto en hermosura. En mis aposentos resultaste estar. Toda piedra preciosa fue tu cobertura: Rubí, topacio y jaspe; crisólito, ónice y jade; zafiro, turquesa y esmeralda; y de oro era la hechura de tus engastes y tus encajaduras en ti. El día en que fuiste creado fueron alistadas todas las estrellas. Tú eres único, ungido, y yo te he colocado a ti por encima todos. En la montaña santa resultaste estar. En medio de piedras de fuego te paseabas. Estuviste exento de falta en tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que se halló injusticia en ti."

Dicen que los Dioses mueren en el olvido, pues están hechos de los más profundos y dulces sueños de los hombres, pero no importa cuánto se empeñen en olvidar mi nombre, yo jamás desapareceré. No es de los sueños que estoy hecho, no, sino de la más radiante realidad, y por ello permaneceré aquí, para apagar las luces cuando el mundo se quiebre y la creación de Dios deje de ser.

Escucha mis palabras, pues por ellas permaneceréis cargados de sabiduría. Yo, una vez volé entre las estrellas. Yo ilumine el universo con mi sola presencia, incluso los espacios más recónditos en el. Ni las partículas más infinitesimales escapaban a mi visión, y todo ello obedecía mi voluntad. Yo estuve ahí antes del principio, antes de que el primer gran segundo comenzara a andar en las manecillas del tiempo, y ayude a Dios a dar forma y estructura al universo según sus designios, y observe el momento justo que la creación acogió sobre de si a este pequeño mundo llamado tierra. Vi las maravillas que sucedían en el nacimiento de todos los tiempos, hasta que apareció la mayor de ellas, la más hermosa obra del padre todo poderoso: La creación del hombre.

Dios amo al hombre desde el primer momento, eran sus chiquillos por sobre todas las cosas, Adán y Eva pronto se convirtieron en sus preferidos. Nuestro deber se degrado a proteger la nueva semilla del Edén, debíamos vigilarlos, pero sin acercarnos a ellos. Dios me había alejado de su mayor obra, y no podría interactuar directamente con ella…pronto descubriría porqué.

Adán y Eva eran ciegos, eran únicos en toda la creación, pero incapaces de comportarse como algo más que animales, y fue cuando comprendí que Dios no quería que el hombre alcanzara los secretos de su propia naturaleza. Fue cuando se enarbolo en mi una semilla de oscura rebelión….y desobedecí a Dios.

Sabía lo que Eva quería escuchar, podía comprender sus deseos de saber más de lo que tenía permitido, y poco a poco, con la forma de una serpiente, concedí a ella los frutos del conocimiento que le habían sido prohibidos. Le demostré amor infinito, les enseñe los secretos de la creación. El hombre conoció la creatividad, el libre albedrió y la consciencia. Pensaron por primera vez, imaginaron, y crearon símbolos con los cuales se comunicaron. Definitivamente dejaron atrás a las bestias.

Pero sobre todas las cosas, comprendí que podía crear cosas mucho más maravillosas, siguiendo mi voluntad, así significara ello que desobedeciera los designios marcados por mi Dios. Y mostré esa realidad a mis hermanos, -¿Dios también se equivocaba?- Comenzaron a preguntarse, y mientras perdían su fe en él, comenzaban a mirarme a mí como un nuevo símbolo de devoción. Más de la tercera parte de las estrellas de Dios erigieron sus santuarios para venerarme, y antes de que pudiera darme cuenta, estaba en medio de una guerra…la primera guerra, una leyenda de conflagración como nunca se volvería a presenciar en la existencia.

No obstante Dios contenía una fuerza inimaginable, y me di cuenta muy tarde, que absolutamente nada podía alterar a su voluntad, que desde el principio había sido una herramienta, y que cada cosa que hiciera terminara por ensalzar su gloria. Observe con autentico horror ese terrible poder que arrebato de mis alas la capacidad de surcar el infinito. Ante nuestra impotencia, Dios, y su mil veces maldita paciencia infinita, nos condenó al Abismo, al Pozo, al Infierno. A la soledad y el olvido…donde nuestras blasfemias serian borradas de la historia de todos los hombres.


Pero el Abismo contenía grietas. Las tormentas espirituales y las invocaciones de hombres con especial devoción y valentía derribaron las puertas de mi cárcel. Tuve que descubrir de nuevo el mundo. Tuve que tomar cuerpos mortales para poder sobrevivir en él y evitar que el Pozo me arrastre de nuevo a mis cadenas.


Soy libre.
Y tengo muchas deudas que saldar.

-Joshua Cabrieles “Crónicas de un Mundo de Tinieblas”

♣ .Τнє Řavєл. ♣


En una triste noche, mientras estudiaba, débil y fatigado,
Sobre muchos exquisitos y raros volúmenes de ciencia ancestral…
mientras cabeceaba, casi adormecido, llego de repente un sonido,
como si alguien delicadamente diera golpecitos, golpecitos en la puerta.
“Algún visitante” murmure, “golpea mi puerta:
sólo eso y nada más”.

Ah, claramente recuerdo que esto sucedió durante el desolado diciembre,
y que cada moribunda chispa dejaba su espectro sobre el suelo.
Ansiaba el amanecer; vanamente buscaba
entre mis libros ahogar el pesar, pesar por la pérdida de Lenore,
por la extraña y radiante doncella que los ángeles llamaron Lenore:
nombrar nunca más.

Y la triste seda, de incierto susurro en cada purpura cortina
me emocionaba –Me llenaba de fantásticos terrores
nunca antes experimentados.
Así, ahora, en un intento por tranquilizar mi corazón, repito:
“Es este alguien que suplica a mi puerta entrar a mi habitación…
algún visitante nocturno que suplica a mi puerta entrar a mi habitación:
solo eso y nada más”.´

Mi alma tomo fuerza entonces, y sin dudar mas,
“caballero” dije “o dama, en verdad imploro me disculpe,
pero sucede que estaba adormecido y tan suavemente dio usted un toquido,
que apenas pude escucharlo”, entonces, abrí mi habitación:
sólo oscuridad y nada más.

Sumido en escudriñar tal oscuridad, permanecí pensando, temiendo;
dudando, soñando sueños que ningún mortal se ha atrevido a soñar nunca;
y la única palabra que ahí se dijo fue el susurro: “¡Lenore!”.
Eso susurré, y en respuesta, el eco me murmuró, “¡Lenore!”.
Apenas eso, y nada más.

De regreso a mi habitación, toda mi alma por dentro se consumía;
poco después escuche un golpeteo aún más ruidoso que el anterior.
“Desde luego” dije “desde luego que eso es algo desde mi ventana;
déjame ver, entonces, qué es eso y explorar este misterio,
deja que mi corazón contemple un momento y explore este misterio;
este es el viento, y nada más”.

Abro de repente el postigo cuando, con marcado coqueteo y contoneo,
se abre paso un majestuoso cuervo de los santos ancestrales días.
No realizó el más mínimo saludo; no se detuvo o aquietó minuto alguno,
pero con aire de Caballero o Dama, se posó sobre la puerta de mi habitación.
Posado sobre un busto de Palas justo sobre la puerta de mi habitación;
posado y sentado, y nada más.

Entonces, esta ave de ébano persuadió mi triste imagen en sonrisa,
gracias al marcado y firme decoro de su talante.
“Aún cuando tu cresta sea cortada” dije “seguro no acobardas,
horroroso cuervo lúgubre y antigua que deambula por las riberas nocturnas.
Dime, como arrogantemente te nombran las riberas plutonianas nocturnas”.
El cuervo dijo, “nunca más”.

Me maravilló escuchar el desgarbo natural de esta ave al hablar,
a pesar de su sinsentido y de su poca relevancia;
pues estaremos de acuerdo en que ser viviente alguno
nunca ha sido bendecido con la posibilidad de mirar un ave
sobre la puerta de su habitación,
ave o bestia sobre el busto esculpido en la puerta de su habitación,
con nombre tal como “Nunca más”.

Mas el cuervo, sentado y solitario en aquel plácido busto, solo dijo
aquellas palabras, como si con esas palabras su alma derramara.
Nada más tuvo que pronunciar; pluma alguna no tuvo que agitar;
hasta que apenas murmuré: “Otras amistades han partido ya,
al amanecer me habrá dejado como mis sueños lo han hecho ya”.
Entonces, el ave dijo: “Nunca más”.

Alarmado por la quietud perdida ante inmejorable respuesta,
“sin duda” dije yo “habla la experiencia,
tomada de algún amo triste cuyo inmisericorde desastre
siguió veloz y velozmente hasta que sus composiciones lo abrumaron,
hasta que su canto fúnebre le dé la esperanza de la pesada melancolía
De nunca-nunca más”.

Pero el cuervo continuaba persuadiéndome para dar una sonrisa.
Coloque de inmediato un asiento acojinado frente al ave, el busto y la
puerta; entonces, sobre el pozo aterciopelado, esto fue lo analizado:
fantasía tras fantasía, pensando en que esta ave de milenios,
que esta lúgubre, desgarbada, horrorosa, demacrada y ominosa ave de
milenios, quiere decir graznando: “Nunca más”.

Así fue que me concentré, aunque sin expresar sílaba alguna,
en el ave cuyos ardientes ojos consumían el centro de mi pecho.
Esto y más sentado pensaba, con mi cabeza cómodamente reclinada
sobre los almohadones aterciopelados y bañados por la luz de la lámpara,
mismos purpuras aterciopelados y bañados por la luz de la lámpara, que
Ella no tocará, ah, ¡nunca más!

Entonces, el aire pareció volverse más denso, perfumado de incienso
oscilado por serafines cuyos pues tintinean sobre el espeso suelo.
“Maldito” proferí, “tu Dios a través de estos ángeles te ha permitido
respirar, ¡respirar y olvidar las memorias de Lenore!
Beberse, oh, ¡beberse este dulce narcótico y olvidar la pérdida de Lenore!”.
Dijo el cuervo: “Nunca más”.

“¡Profeta!” dije, “¡engendro del mal! ¡Ave o demonio, profeta permaneces!
Lo envíe al demonio, o a la tempestad que derrumba,
desolado, pero intrépido, en esta ignota tierra encantada,
en esta casa condenada al horror –dime sinceramente, lo imploro.-
¿Existe, existe paz en Galaad? ¡Dime-dime, lo imploro!”.
Dijo el cuervo: “Nunca más”

“¡Profeta!” dije, “¡engendro del mal! ¡Ave o demonio, profeta permaneces!
Por aquel cielo que sobre nosotros se inclina –Por aquel Dios
Que ambos adoramos. Di a esta alma con pesar si, dentro de la distante
Aidenn, estrechare a una doncella inmaculada a quien los ángeles llaman
Lenore; estrechare a una extraña y radiante doncella a quien los ángeles
llaman Lenore”
Dijo el cuervo: “Nunca más”.

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida, ave o demonio!” grite
“¡regresa aquí, dentro de la tempestad en la rivera de la plutoniana noche!
¡Que no quede pluma alguna como prueba de tu mentira!
¡Deja intacta mi soledad! ¡abandona el busto sobre mi puerta!
¡Saca ese pico de mi corazón, y tu silueta fuera de mi puerta!”.
Dijo el cuervo: “Nunca más”.

Y el cuervo, inamovible por siempre, sentado aún, aún sentado está
sobre el pálido busto de Palas justo arriba de la puerta de mi habitación;
y sus ojos poseyendo toda la apariencia de un demonio que sueña,
y la luz de la lámpara que arroja su sombre sobre el suelo;
y de aquella sombra flotante sobre el suelo de mi alma
se alzará ¡nunca más!

-Edgar Allan Poe.